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El Conjunto escultórico de la Fuentina

De todos es conocido que en el paseo de La Grúa hay un abrigo construido con pilares de arenisca en el que destaca un conjunto formado por dos osos rampantes en altorrelieve; un bajorrelieve en piedra caliza que representa a una aguadora en top less; un caño del que mana agua; y debajo de éste un pilón. Y todo ello cubierto por un entramado rematado con un techo de tejas. También que toda esta construcción recibe el nombre de La Fuentina, y que finalizó su construcción en el año 1931.

Anteriormente, La Fuentina había sido durante siglos la suministradora de agua de los barcos que anclaban en el puerto de Ribadesella en tránsito de mercancías o a recoger pasaje para trasladarlo a La Habana.

Pepín de Pría, en los años veinte del pasado siglo, le dedicó su poema «La Fonte del Cay»; y, en dicho poema, los héroes, Arbidel y Lena, beben del agua santu de la fuente.

Durante años fue lugar de juegos acuáticos y apagadora de sed de los niños y niñas pequeños que eran llevados de paseo por sus madres a La Grúa. La principal preocupación de éstas era que sus retoños no se metiesen en el pilón, ya que suponía el fin del paseo, al tener en ese caso que volver a casa rápidamente para cambiar de los pies a la cabeza al personaje, no se fuera a constipar. A finales de los años sesenta del pasado siglo, el agua quedó contaminada por una fosa séptica que se excavó en sus proximidades. Actualmente, el agua que mana del caño es potable y procede de la conducción general de Ribadesella.

Esto era lo que yo sabía de La Fuentina hasta que consulté Los Papeles del Acervu Popular Riosellanu, donde viene escrito, en el asturiano que se habla en Ribadesella y que me permito traducir al castellano, lo siguiente -empieza con unos datos sobre su localización y otras cosas ya dichas, así que eso me lo salto y voy al grano-:

Según una antigua tradición, en las proximidades de La Fuentina habitaba una xana malvada de largos cabellos rubios y belleza sin par. Se cuenta que en las noches de luna clara atraía a los hombres hacia la fuente con sus maravillosos cantos y después los seducía con malas artes. En el tiempo que duraba la seducción, se iba apropiando poco a poco de sus buenos sentimientos, hasta que los dejaba desposeídos de ellos. En esas circunstancias, los hombres sólo mantenían los sentimientos perversos y cuando, al cabo de un tiempo, se percataban de ello subían al Llanu la Horca, desde donde se lanzaban desesperados por el acantilado, entre estremecedores alaridos, hacia una muerte segura. Los buenos sentimientos que la xana les robaba los aprovechaba ésta como principio energético que se transformaba en el interior de su mente en energía maligna, que le permitía seguir alimentando su perversidad.

A finales de los años veinte del siglo pasado, las autoridades de la villa pensaron en construir un abrigo en La Fuentina y encargaron al escultor gijonés José Morán el conjunto escultórico con que pensaban ennoblecer la construcción.

Unas semanas antes de iniciarse las obras del abrigo, ocurrió que una noche, al pasar por las cercanías de la fuente dos inseparables hermanos gemelos procedentes de Madrid, que veraneaban habitualmente en la villa, fueron atraídos por los cantos de la xana, cayeron en su trampa y se enamoraron perdidamente de ella. Con el paso de los días, los hermanos se fueron enemistando poco a poco, ya que cada uno de ellos quería ser el único amante de aquella beldad. Y el enfrentamiento llegó a ser tan fuerte que un día se desafiaron a un duelo a pistola en el final del paseo de La Grúa. Del encuentro salieron ambos malheridos, tanto que los médicos declinaron, en un primer momento, trasladarlos a ningún hospital en aquellas condiciones. Poco a poco fueron mejorando, pero, aunque la curación se iba prolongando en el tiempo y necesitaban cuidados especiales, no quisieron marcharse de la villa ninguno de los dos. No obstante, a medida que iban mejorando de las heridas físicas se les iba acrecentando su odio mutuo. Además, les iba saliendo una pelambrera extraña por todo el cuerpo y daba la impresión de que iban alelando progresivamente. Y un buen día, sin saber nadie cómo, porque no eran capaces de tenerse mucho tiempo en pie por sí mismos todavía, desaparecieron sin dejar rastro alguno.

Una tarde, al cabo de unos días de su desaparición, había quedado lista la colocación de los sillares y la cubierta del abrigo, sólo quedaba ya el conjunto escultórico para dar por finalizada la obra. A la mañana siguiente, cuando el escultor llegó a La Fuentina para empezar a trabajar in situ las figuras que había diseñado, se encontró con la enorme sorpresa de que en el lugar previsto ya estaban las esculturas y el pilón completamente terminados. Y, fijándose con detalle, observó con extrañeza que reflejaban fielmente el boceto que él había diseñado. Visto aquello, fue a pedir explicaciones a los responsables del Ayuntamiento, que no sabían todavía nada de lo ocurrido, pero que, oído el caso contado por el artista, intentaron inmediatamente aprovecharlo para rebajar e incluso, después, anular los honorarios pactados con el escultor, basándose en el hecho cierto de que él no los había esculpido. Éste los acusó de filtrar el boceto para que lo cincelase luego otro que fuese amiguete y cobrase los honorarios, robándole a él la idea original. Y ante la amenaza de acudir a los tribunales para solucionar el caso, se impuso la cordura y el artista cobró lo pactado.

Enterada la gente de la villa de aquel raro suceso, se empezaron a agolpar ante la fuente para ver el extraño fenómeno que allí había tenido lugar, y comenzaron los dimes y diretes. El caso fue que empezaron a relacionar aquel misterio con la malvada xana y la súbita desaparición de los gemelos; y empezó a correr como la pólvora que la aguadora y los osos no eran otros que la xana y los dos hermanos, que habían recibido el castigo de ser petrificados, a consecuencia de los malvados asuntos en que habían estado envueltos.

Con el paso del tiempo, se empezó a decir por aquí que la aguadora está siempre esperando a que, en una noche de luna clara, se acerque un hombre que la mire fijamente a los ojos, para así tratar de capturarle al menos un hálito de sus buenos sentimientos, que le permita obtener la energía suficiente para transmutar la materia mineral en orgánica y reencarnarse.

No obstante, no se crea que se está libre de la malvada influencia de la aguadora solamente con no mirarla a los ojos. En tiempos recientes, un asiduo de esta villa tenía por hábito dar un paseo hasta el final de La Grúa todas las noches, y a la vuelta orinar en La Fuentina. Una noche, cuando se regodeaba aventando y haciendo curvas extrañas con el chorro que iba lanzando por todo aquel espacio, notó que algo se movía en el lugar donde estaba la aguadora. Horrorizado, observó cómo ésta depositaba lentamente en el pilón los cántaros que siempre sostiene con las manos; y, mientras estaba paralizado por el terror, la dama de piedra alargó una de sus manos y lo agarró con firmeza por sus partes pudendas. Y apretando más y más, mientras le llamaba guarro, marrano y gochu y le recriminaba los hedores que había en el entorno por culpa de sus meadas, no le soltó hasta que lo tuvo en el umbral del desvanecimiento. A partir de entonces, este ciudadano quedó traumatizado y, debido a su desarreglo mental, nunca más fue capaz de utilizar el pene, ni tan siquiera poder sacarlo para orinar, por lo que, para evitar mojar los pantalones, no tiene más remedio que traer colocada una sonda que le traslada directamente la orina desde la vejiga a una bolsa de plástico que al efecto trae camuflada consigo. Y así sigue el desventurado, sufriendo su terrible castigo por hacer aguas menores (mexar) en La Fuentina…

 

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