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Guía, la fiesta marinera

En la cima del monte Corveru se alza la ermita de la Virgen de Guía. Un lugar, hoy, para disfrutar de la extraordinaria belleza del entorno; un lugar, ayer, tanto para vigilar y defender la costa como pa­ra servir de faro o guía a los marineros.

La ermita tendrá unos cuatrocientos años. Construida hacia 1600 y reedifica­da en varias ocasiones, es citada en un documento en 1645. Por parecidas fe­chas se levantan otras ermitas y capillas, producto, por una parte, del aumento de la religiosidad tras las guerras y pestes medievales, y, por otra, de la reacción contrarreformista, nucleada en torno al Concilio de Trento, a la revuelta protes­tante que, con sus críticas hacia la excesi­va tendencia a la exteriorización ritual, el tráfico de reliquias falsas, el culto a la Vir­gen María y a los santos, etc., potenciará precisamente el incremento de culto y ri­tuales, así como a la construcción de edi­ficios sagrados.

De las cinco ermitas con que contaba la villa y sus inmediaciones a inicios del si­glo XIX, según documento que figura en los inéditos Papeles de Martínez Marina ­- una descripción del concejo, hecha por el Arcipreste de su partido en 1802-, tres es­tán dedicadas a la Virgen, bajo las advoca­ciones de las Angustias, en la casa de los Hevias, del Carmen, en El Portiellu y de Guía, en el monte Corveru. Las otras dos son San Antonio en Valpiñuelo y Santa Marina en el arenal del mismo nombre.

La de Guía, como indica con claridad su nombre, serviría como faro a los nave­gantes, dada su ubicación en lugar alto bien visible, lugar desde donde vislum­brar el alto mar y parte del alfoz riosella­no a la vez que la referencia clave para entrar orientadamente por la bocana del puerto. La misma advocación de Guía te­nemos en LIanes, en ermita fundada en 1516, y en la desaparecida capilla de So­mió (Gijón), en trance de recuperación en la actualidad, aunque hay otras pare­cidas, relacionadas con el mismo sector profesional, como Ntra. Sra. de la Barca, en Navia o Ntra. Sra. de la Atalaya, en Puerto de Vega.

La imagen es una talla de madera moderna, sustituta e imitación de la anti­gua, quemada en momentos de reacción iconoclasta de la Guerra Civil. La repre­sentación iconográfica de la Virgen resal­ta su vinculación con un sector social de la mayor importancia en la villa de Riba­desella, antiguo puerto pesquero. El icono lleva dos atributos relacionados con la vocación marinera de la villa de referen­cia: un ancla, sobre la que apoya su bra­zo derecho y un pequeño barco sosteni­do en su mano izquierda.

Ciertos iconos religiosos traspasan la categoría de iconos para llegar a conver­tirse en símbolos de identidad locales. Son patronos y como tales ratifican su re­lación privilegiada con la localidad o con un sector de la misma, a través de actos festivos y de relatos de origen que sirven para enraizarlos en el territorio.

La leyenda cuenta que en cierta oca­sión unos marineros vieron una lancha navegando por la mar sin patrón que la condujera y, cuando fueron a ver el pro­digio, una luz extraña mostró a la propia Virgen de Guía conduciendo la embarca­ción a puerto. El relato no hace sino su­brayar el papel que juega la patrona con respecto a sus súbditos: ella es la protec­tora de los peligros de la mar. Otra ver­sión de la leyenda de fundación dice que la imagen fue encontrada en la mar por un marinero que no le dio importancia al hecho y la guardó en una cabaña. Pero cierta noche tormentosa un barco tenía dificultades para entrar por la bocana del puerto, pues la oscuridad se lo impedía. Entonces, de aquella cabaña salió un res­plandor que, iluminando el puerto, per­mitió la feliz arribada. Desde entonces, se llama Virgen de Guía porque es quien muestra el camino y ayuda a los marine­ros en su regreso a casa.

A través de los relatos de tradición oral se subraya simbólicamente la rela­ción privilegiada con la marinería de Ri­badesella, villa tradicionalmente ligada a ese sector productivo. En efecto, ya des­de su fundación hacia 1270, la actividad marinera se revela como la más significa­tiva de la puebla de Ribadesella, que se asienta sobre el primitivo núcleo de pes­cadores: Portus. Mientras los habitantes del alfoz se dedicaban a la actividad agrí­cola y ganadera, en la Edad Media los riosellanos y sus vecinos cántabros y vascos realizaban gran cantidad de capturas ma­rítimas. Tanta era la actividad que, según consta documentalmente, a finales del si­glo XV hubo de ser regulado el ejercicio de la pesca con el objeto de evitar el es­quilmado de los caladeros. Más adelante, los Reyes Católicos, con su política en fa­vor de la construcción naval, provocarán un decisivo desarrollo de la pesca de al­tura; la captura de la ballena será una ac­tividad básica hasta que a mediados del XVII comience a escasear. Los últimos si­glos medievales y el inicio de la Moderni­dad se revelan como la época de mayor actividad marinera. Sin embargo, a partir del siglo XVII la pesca y la navegación mercantil entran en una irremisible etapa de decadencia que se remonta en parte a principios del XIX en que se mejoran las condiciones portuarias.

Las paredes del interior de la ermita de Guía se hallan profusa y abigarrada­mente decoradas con una veintena de reproducciones de barcos. Son los exvotos u ofrendas que se depositan como agra­decimiento por los favores recibidos. También sendas reproducciones de la Vir­gen de Coromoto, patrona de Venezuela, y de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de la isla de Cuba, muestran có­mo desde el sector marinero la devoción se extiende, más allá de la faena profe­sional cotidiana, hacia el de la emigración a América, en coherencia con el significa­do de la advocación mariana de proteger a los que surcan los mares.

No solo a través de los relatos, tam­bién, constantemente, en la festividad de la Virgen de Guía se insiste en ratificar la relación del icono religioso con el gremio de la mar. Hay numerosos aspectos de la fiesta, que se celebra el primer domingo de julio, que recalcan esa relación. En la novena y en el día grande se canta varias veces una canción donde se relacionan las categorías antagónicas de Virgen y Madre, se subraya la especialización co­mo patrona de los pescadores, la noción de salvadora, por ser «faro» y «guía» real y simbólico, así como el dominio de la naturaleza, mar y río personificados y de­votos.

Eres Madre de nuestros amores,
eres faro de nuestra esperanza,
la Patrona de los pescadores,
Virgen, guía y salud de las almas.

A tus plantas el Sella se acerca
musitando una tierna plegaria
y se postran los mares altivos
ante trono de Madre tan Santa.

La novena, que se reza en la ermita tras el rosario y la misa, tiene por objeto honrar a la Virgen, prepararse para la ce­lebración del día grande y realizar una petición individual de gracia. Los ocho primeros días la asistencia gira en torno a un centenar de personas, siendo la in­mensa mayoría mujeres mayores. El últi­mo día el número de asistentes se cuatri­plica. La capilla es muy pequeña, de mo­do que los fieles ocupan el campo de la capilla desde la que se contempla la mag­nífica vista de la desembocadura del río Sella con las montañas muy cerca del mar. Es el momento de sacar a la Virgen de su morada cotidiana y lIevarla a «dor­mir» al templo parroquial.

La festividad ha comenzado la maña­na de vísperas, con el juego de la cucaña en el puerto. La cucaña es en un tronco de madera embadurnado con grasa y suspendido horizontalmente en la ría por el que se ha de caminar para intentar co­ger una bolsa ceñida a su extremo que contiene un premio. Los concursantes son jóvenes que intentan repetidamente coger el premio antes de caer al agua. Se trata de un viejo juego, marginal a la fes­tividad, que permite a los jóvenes varo­nes demostrar y exhibir destreza y habili­dad. Por la tarde, se celebra la final de un torneo de fútbol sala del Instituto Social de la Marina. Ambos juegos son masculi­nos y relacionados, aunque el último de forma nominal, con la mar y el puerto.

En los actos religiosos de traslado de la imagen a la iglesia parroquial de Riba­desella, los hombres jóvenes, con un atuendo que quiere ser marinero, portan las andas de la imagen, a la que se acer­can varias mujeres con intención de to­carla. Este hecho y otros del mismo cariz proceden de la humanización a la que son sometidos los iconos religiosos que han pasado a constituirse como símbolos de determinada identidad (sea este del ti­po que sea: local, profesional, etc.). Por tanto, fotografiarse con la imagen, tocarla, saludarla con respeto, vestirla con re­cato, ponerla guapa, hablarle con fami­liaridad, regalarle flores, lIevarla a dormir a la iglesia parroquial, pedirle ayuda, re­prenderla si no ha concedido un favor, agradecerle el que lo haya hecho me­diante un regalo o exvoto son acciones que muestran cómo la relación entre el devoto y la imagen que se ha convertido en símbolo es una relación inmediata y personal, basada en el amor, en la ayuda mutua, en el mantenimiento y refuerzo del vínculo, tal como se haría con un pa­riente o alguien muy cercano. El icono re­ligioso, entonces, se convierte en símbo­lo, se humaniza y se individualiza; ya no es la Virgen en general, sino aquella con­creta e insustituible, cercana y ligada con poderosas ataduras a su pueblo.

La procesión discurre por el camino que, desde el monte Corveru, lleva hasta la zona de la Atalaya. Al llegar a la plaza donde se celebrara el Mercáu del Ganáu, se suma a la procesión mucha más gente que esperaba la llegada de la misma en la plaza y en las calles adyacentes. La comi­tiva tuerce hasta el muelle y se para de­lante de la rula; en ese lugar, colocada la imagen de forma que mira a la ría, se le canta de nuevo la canción de la novena cuya letra insiste en que es la Patrona de los marineros. Luego, la comitiva se diri­ge a la iglesia parroquial donde se guar­dará la imagen. Finalizan así los actos re­ligiosos de la víspera que darán paso a la verbena; es el momento de la diversión hasta altas horas de la madrugada.

El día grande comienza con el trasla­do de la imagen hasta el lugar donde se oficiará misa de campaña cantada: una carpa instalada detrás de la rula. Los lu­gares por donde pasa la procesión y don­de se realizan los actos religiosos no son inocentes: subrayan simbólica e insisten­temente la relación de la Virgen de Guía con el sector profesional de pescadores y marineros. Las personas que están más cerca de la imagen con atuendo ritual tampoco lo son y también realizan el mis­mo subrayado. Son los cuatro jóvenes que portan las andas y una decena de mujeres, en su mayoría chicas jóvenes, que realizan diversas ofrendas en la misa y acompañan a la Virgen en su recorrido procesional; van ataviadas «de marine­ras», con camisa blanca, falda azul mari­no, faldón blanco de puntilla y pañuelo azul claro al cuello.

El momento cumbre del día grande es la vistosa procesión marítima. Acabada la misa, se embarca a la imagen de la Vir­gen en una de las lanchas, tras cantar de nuevo la canción de la novena. La acom­pañan a bordo las «marineras», los jóve­nes «marineros» que portan las andas, el sacerdote, pero también alcalde y conce­jales, el presidente de la Cofradía de Pes­cadores, autoridades de la Marina, es de­cir, los máximos representantes de las instituciones políticas y profesionales. Durante el trayecto, acompañada la lan­cha principal por una docena de embar­caciones de diverso tamaño, suena la si­rena de la rula y se lanzan voladores. El párroco lleva en las manos unas flores que tirará al agua como homenaje a los fallecidos en la mar. El recuerdo a la co­munidad de los muertos que forma parte simbólica de la comunidad de vivos y el paseo marítimo anual de la imagen por el espacio de la desembocadura del Sella pone de manifiesto el peligro, el mal que hay que dominar. La imagen se lleva has­ta el lugar de frontera, un lugar natural -­no social-, un lugar peligroso. Las perso­nas solas no pueden nada contra el peli­gro emanado de esos lugares liminales, por lo que se ven obligadas a solicitar ayuda de los seres sobrenaturales. Solo el ritual puede conjurar el mal. El paseo ma­rítimo viene a ser un ritual de protección simbólica de los peligros potenciales de las aguas.

Tras el desembarco, delante de la Ru­la, se le canta la salve marinera y de nue­vo la canción de la novena. La procesión de regreso discurre por la calle del mue­lle, en dirección al camino privado de la urbanización del monte Corveru cuyos propietarios, en ocasiones, tienen la defe­rencia de abrir al público con motivo de la festividad. Un poco antes de llegar a la ermita dan la vuelta a la imagen para co­locarla unos instantes mirando a la villa, a modo de despedida. Mientras tanto, aba­jo, en el muelle, la orquesta ya ha empe­zado la sesión vermut.

Las actividades vespertinas comien­zan celebrando el Día del Socio, con la entrega del bollu preñáu y el vino a aque­llos que han colaborado económicamen­te en los gastos de la fiesta. Por la noche se celebra la segunda verbena. El lunes, fecha laborable, continúan las fiestas con actos dedicados a niños y jubilados, gru­pos no productivos.

Con cierta regularidad, la procesión religiosa es acompañada por la danza de arcos. Originariamente es una danza pro­cesional que organizaban los mareantes de Ribadesella el día de la Virgen del Ro­sario, celebrado el primer domingo de octubre. Por esas fechas ya habían regre­sado de la costera de altura y celebraban esta fiesta que hoy ha desaparecido del calendario festivo riosellano siendo susti­tuida por la de Guía. La danza está do­cumentada en 1846 y probablemente su antigüedad se remonte al siglo XIX, qui­zás compuesta sobre el modelo de la danza de espadas, de referencias jovella­nistas. Es una danza masculina que in­terpretaban los marineros ataviados con camisa y pantalón largo blancos, faja ro­ja ceñida a la cintura, turbante rojo sobre la frente y alpargatas blancas con cintas rojas; portaban una vara de avellano en forma semicircular revestida con cintas de los colores citados. Después de la Guerra Civil el color rojo, evocador del bando de la República, fue sustituido por el azul. Organizados en dos filas, los dan­zantes, al ritmo monótono de un tambor, evolucionan haciendo varias figuras, co­mo genuflexiones ante la Virgen, un tú­nel y una bóveda con los arcos. La danza se halla durante la segunda mitad del si­glo XX en un proceso de transformación, con periodos de decadencia y recupera­ción. Ha dejado de ser gremial y masculi­na; ahora son niños y niñas quienes han pasado a ocupar el lugar que antaño ocu­paran los marineros. Recientemente, se ha promovido desde el Colegio Público Manuel Fernández Juncos, de Ribadese­lIa, donde la han integrado en su proyec­to curricular, iniciando de nuevo una labor de recuperación y salvaguarda del patrimonio.

A través de esta fiesta la villa de Riba­desella está afirmando sin cesar su condi­ción marinera. La patrona de la iglesia pa­rroquial es Santa María Magdalena, pero se trata de un patronazgo únicamente nominal. En la iglesia antigua, una ima­gen de María Magdalena, destruida en 1936, presidía el templo desde el altar mayor. El párroco actual, don Eugenio Campandegui, trata de recuperar desde el año 1997 la fiesta de Santa María Mag­dalena. El futuro dirá qué repercusión tendrá dicha recuperación. En realidad, la verdadera patrona parece ser Nuestra Se­ñora de Guía, patrona de los marineros que solicitan su bendición al salir a faenar y agradecen la protección a su llegada. La Virgen actúa, pues, como faro real y sim­bólico que señala el buen camino para la arribada a puerto en una población como Ribadesella en que la mar tuvo durante pasados siglos enorme importancia como sector productivo.

Sin embargo, la villa de Ribadesella no depende económicamente de la pes­ca, por más que haya un sector nada des­deñable de marineros bien reconocibles en la festividad. Ya no es hoy una villa marinera sino que orienta su economía hacia el sector terciario. A principios del siglo XX fue un importante destino de ve­raneo del norte de España, sobre todo desde el impulso definitivo que dará la marquesa de Argüelles con la urbaniza­ción del Arenal de Santa Marina. Si ese primer veraneo atrajo a la aristocracia, la alta burguesía y a los indianos enriqueci­dos, en la actualidad, después de la ge­neralización del turismo, este será el fac­tor económico esencial de la villa, capital de un concejo que ha sido declarado Mu­nicipio de Excelencia Turística.

Hoy, en esta Ribadesella que se ha transformado profundamente, la festivi­dad de Guía establece una constante ar­ticulación entre el ayer y el hoy, entre la memoria de un pasado específica y ma­yoritariamente marinero y la realidad de un presente turístico. Las fiestas afirman o niegan la estructura social, subrayan realidades o las ocultan simbólicamen­te. En Guía hay una afirmación insisten­te, a través de canciones, rituales, na­rrativas, juegos, atuendos o espacios de una identidad pescadora y marinera hoy minoritaria, pero que vincula a la comunidad con el pasado y la une en el presente.

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